LA SEMANA SANTA TIENE UN ROSTRO
La Semana Santa tiene un rostro, el rostro de Jesús, Él es el sentido y la razón de esta Santa Semana.
La Semana Santa es la memoria de la recta final de su vida. Jesús murió como vivió y murió para abrir paso a la VIDA.
Entró en nuestro mundo como rey humilde, adorado por multitudes.
Anunció el Reino de Dios Padre, ganándose enemigos por ser fiel a la Verdad, a la voluntad del Padre, que era acercar su amor a la humanidad, desde dentro y desde abajo, desde lo pequeño y lo humano, restaurando la dignidad.
Hizo comunión en el amor del Padre, comunidad de discípulos y discípulas que le siguieron de cerca y compartieron con Él muchos “cenáculos”. Vivió la comunión con cada ser humano en el camino de la vida en su peregrinación hacia Jerusalén.
Amó hasta el extremo de dar la vida abrazado a la cruz, solidario con el sufrimiento y la pobreza existencial de la humanidad amada por el Padre. Su rostro ultrajado, ese que tanto cuesta mirar, es el rostro de la humanidad sufriente.
El silencio del sepulcro es la espera en sus promesas, junto a María, la Madre de todos. Este sepulcro donde yace su cuerpo, es la semilla que hace germinar la fe en la tierra del corazón.
Jesús es el rostro de la vida ES LA VIDA, Porque Él vino a dar la vida y vida en abundancia. Una vida que salta hasta la vida eterna.
Jesús abrió el camino que nos conduce a la fuente de toda VIDA y todo AMOR, el corazón de Dios Padre
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