Carisma y Espiritualidad

 

"Encarnar el Amor de Dios en la vida, de modo que cada hermana llegue a ser una manifestación permanente del Amor de Dios a los hombres”.

 

"Nosotros amémonos, porque El nos amó primero" (1Jn.4,19)

 

Experimentar el amor gratuito de Dios Padre-Madre y ser expresión de este amor entre los hermanos, es la línea de vida de nuestra espiritualidad, la raíz máxima de todas las experiencias que integra, da sentido y plenifica cada una de ellas e imprime en nosotras una cualidad que integra toda nuestra vida personal, comunitaria y de misión. Se expresa en:

Ser contemplativas del Amor de Dios, a la escucha de la Palabra y del hermano.

Vivir proféticamente la acogida y la entrega gratuita del amor: "dar y recibir de balde".

Crear tiempos fuertes para la alabanza, la escucha, la celebración, la fiesta, y ofrecer estos espacios al hombre de hoy en la comunidad eclesial

Optar preferentemente por los más desfavorecidos

Hacer donación de nuestra vida en entrega desinteresada con alegría, acogida, disponibilidad y servicio

 
"Nosotros hemos conocido el Amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él" (1Jn.4,16).

 

El Carisma Amor de Dios nos urge a evangelizar, comprometiéndonos en la construcción de la cultura del Amor. Impulsadas por este amor, pretendemos:

Descubrir las semillas del Reino que hay en cada cultura , cultivar los signos de vida que hay en ella e impregnarla de los valores del evangelio.

Expresar la cultura del amor con gestos significativos.

Actuar desde la pedagogía del Amor. Educamos con nuestro ser y nuestro hacer, "el principal libro es la maestra".

Sembrar a nuestro alrededor valores de solidaridad, fraternidad, justicia y paz.


La fe en Jesús resucitado y la fuerza del Espíritu convocó a la primera comunidad que vivió una experiencia decisiva de amor gratuito, vínculo de fraternidad nueva. Esta misma experiencia nos convoca a nosotras a:

  • Vivir la espiritualidad en comunitaria

  • Construir comunidades de vida

  • Compartir el Carisma con las personas de nuestro tiempo, creciendo progresivamente en la espiritualidad "Amor de Dios", comprometidos en una tarea común de evangelización y proyectos concretos de solidaridad.

 

RASGOS DE LA ESPIRITUALIDAD DE LAS HERMANAS DEL AMOR DE DIOS

 

Después de asistir a la consagración de la primera comunidad, ofrecemos una breve síntesis de los principales contenidos de las reglas que profesaron. Es claro que si las redactó Jerónimo, también reflejan su fuerte personalidad espiritual.

Primacía del Amor: carisma y misión

El número primero abre la dimensión total de la nueva Congregación: las hermanas, llamadas por el Padre para vivir el carisma del Espíritu –educar a las niñas por amor de Dios y para Dios–, realizan la misión del Hijo haciendo el bien a los hermanos. “Jamás olviden las hermanas el fin santo de su vocación, a saber: la enseñanza de las niñas por amor de Dios y para Dios… “Habéis, pues, venido, hermanas, a santificaros y hacer bien al prójimo... Tengan presente que trabajan por Dios y para Dios”. La invitación tiene sabor evangélico y recuerda las palabras de Pedro: “Pasó haciendo el bien” (Mc 7,37; Hech 10,38).

Jerónimo sitúa la Congregación en el núcleo de la espiritualidad cisterciense. Para él el abandono y la marginación de la mujer son obra del pecado del mundo y de la injusticia, porque deforman el proyecto original de Dios sobre la persona, creada a su imagen y semejanza: A imagen de Dios los creó, hombre y mujer los creó (Gén 1, 27).

En la donación del Espíritu, el Padre realiza en la persona la conformación con Cristo, según S. Bernardo y Jerónimo. Las Hermanas del Amor de Dios siguen a Jesús, en amor total, para actualizar en cada momento histórico su misión: liberar a la mujer, y a toda persona, de cuanto les impide re-cobrar la Belleza suprema de la Trinidad, conformarse con Cristo, Amor del Padre y del Espíritu. De esta forma, construyen el Reino y realizan el “amor socialis” que tanto gustaba a S. Bernardo.

Jerónimo también asume esta dimensión social en uno de los pasajes más densos de sus escritos: Cristo en cruz, en el momento del amor supremo no sólo entrega su vida por nosotros para hacernos hijos del Padre, sino que tiene la delicadeza de entregarnos a su Madre para que todos fuésemos hermanos e “igualmente hijos de la piadosísima Virgen María”:

“Cuando el Hijo de Dios lleno de un amor infinito se dignó verter su sangre preciosa por la salvación del mundo, llamó a todos los hombres hermanos, haciéndolos igualmente hijos de la piadosísima Virgen María. Este pensamiento sublime, lleno de filosofía y eminentemente social y católico a la vez, forma la base de nuestras tiernas devociones a la Virgen”.

El carisma de educar “por amor de Dios y para Dios”, haciendo visible la misión de “hacer el bien”, no es fácil. Jerónimo es consciente, por eso les pide que abracen “con gusto” el misterio de la cruz.

El cristiano no ama el dolor. Lo acoge cuando llega, y sale al encuentro de los hombres y mujeres clavados en la cruz para afirmar su grandeza. Jerónimo eligió a Cristo en cruz como lema y testimonio que llevan todas las hermanas: El Amor de Cristo nos apremia (2 Cor 5,14). Asumir la Cruz y la Belleza desfigurada del Crucificado es anunciar la Vida y la Pascua. Y el venero más profundo donde Jerónimo descubrió la belleza de hacer el bien; porque “la Cruz manifiesta en plenitud la belleza y el poder del Amor de Dios” (VC, 24).

Comunidad de vida y oración

La vida comunitaria es una obra de orfebrería con multitud de filigranas vividas por el grupo y por las personas concretas e irrepetibles que la conforman. Es, también, una de las experiencias más enriquecedoras, humana y espiritualmente, que el cisterciense Jerónimo –formado en la vida comunitaria– dejó en herencia a las Hermanas del Amor de Dios.

Tiene claro que la comunidad se construye sobre los valores evangélicos y proclama el nuevo estilo de vida de la primera comunidad de la Pascua (Hech 4,32-35). Para conseguirlo, Jerónimo quiere reunir un grupo de personas vocacionadas y libres que fundan sus relaciones, no en la sangre, sino en la fe en Jesucristo (Mc 3,31-35), única piedra angular en la que se apoya (1 Cor 10,4). La referencia a la Trinidad también es evidente. La “nueva familia” tiene a Dios por Padre y se realiza en el Amor, la igualdad, la humildad, la obediencia, la puesta en común y el servicio fraterno; se alimenta de la oración y de la Eucaristía para santificarse y testimoniar, con gozo, el Amor de Dios en la Iglesia y en la sociedad, consagrándose al ministerio de la enseñanza. La vivencia personal y comunitaria de la humildad, la apertura total al Espíritu y la acción de gracias, dan a la comunidad del Amor de Dios, querida por Jerónimo, una fuerte presencia de María de Nazaret. 

Obediencia

La obediencia surge de la llamada del Espíritu al Seguimiento y testimonia el deseo de identificar la propia vida con la de Jesús que vino para realizar la misión y voluntad del Padre: Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra (Jn 4,34).

Jerónimo es plenamente consciente de la consagración al Reino que expresan los consejos evangélicos. Por eso escribe: “La primera base y cimiento de la vida religiosa es la obediencia” filial… Obedezcan “con prontitud y alegría, seguras de que así llenan la voluntad de Dios” (Reg. Art. 1,5).

Virginidad

En este contexto de identificación con el misterio de Cristo, Jerónimo incluye “la fecundidad espiritual” de la virginidad, con palabras sencillas: “Excusado es encarecer la santa virtud de la castidad, y con cuánto esmero deben conservarla las hermanas” para seguir a Jesús (Reg. Art. 1,7) (VC, 22). El cardenal Carlo Maria Martini ve en la castidad “una actitud muy hermosa, acogida en su relación con la belleza del amor… La castidad no es negativa: al contrario, es un auténtico señorío sobre sí y, al mismo tiempo, reconocimiento del señorío de Jesús sobre nuestro cuerpo y nuestra vida… La castidad hace vivir en nuestro cuerpo la libertad del Espíritu que es fruto y amor, alegría, paz, tolerancia, agrado, generosidad, lealtad, sencillez, dominio de sí (Gál 5,22)”.

Humildad

En la concepción religiosa de S. Bernardo, la experiencia del propio pecado tiene prioridad. Reconocerlo humildemente es iniciar el camino del conocimiento de sí mismo –la verdad– y de la conversión: vuelta a la casa del Padre y al encuentro con los hermanos. Desde ahí acoge el misterio gratuito del perdón, desenmascara el orgullo, la apariencia, lo inútil, lo ficticio y se abre a la revelación del amor. Pero, sobre todo, la humildad es un don que, al ser recibido como tal, se expresa en acción de gracias ante el reconocimiento de la ternura y cercanía de Dios. Por eso, S. Bernardo escribe: “La humildad más profunda se halla impregnada del santo amor”.

Un autor tan distinto y tan cercano a nuestra mentalidad, E. Fromm, escribe en El arte de Amar: “El amor depende de la ausencia relativa del narcisismo y requiere el desarrollo de la humildad”. Formado en la escuela de Bernardo, Jerónimo expresa de formas distintas el valor de la humildad: “No olvidéis que cuanto más domine en vosotras el espíritu de humildad y pobreza, seréis más estimadas, más felices y más ricas” (Reg. Art. 1,6). “No hay cosa más agradable a Dios, que la humildad. Nuestro Padre San Bernardo dice que la Virgen Santísima fue elegida Madre de Dios precisamente por su grande humildad. El mismo Santo hablando de Nuestra Santísima Madre, dice que en su corazón se tenía por inferior a todos. Imitadla pues, hermanas mías, y no olvidéis que una persona vale más para con Dios, para con el mundo, y aun para sí misma, cuanto menos se estima. Siempre se verificará aquella sentencia del Evangelio: El que se ensalza será humillado; y el que se humilla será ensalzado” (Reg. Art. 1,18).

Apertura a la Providencia

Es una de las dimensiones más evangélicas de Jerónimo: remite a la actitud filial del niño que descansa, seguro, en brazos del Padre-Madre. La confianza en la Providencia va unida a la esperanza, a la pobreza, a la libertad interior y a resituar las cosas en su verdadera dimensión, eliminando el acaparar y abriéndose al compartir: “El principal patrimonio con que deben contar es la Divina Providencia, que no desampara a los que obran el bien…” (Reg. Art. 1,2). “Y si alguna vez llagara a faltar lo necesario, no os acobardéis por eso, sino levantad vuestros ojos a Cristo, padeciendo sed y hambre por nosotros, y confiando en la Providencia que no abandona a los pajarillos de cielo” (Reg. Art. 1,9).

Trabajo e igualdad sin acepción de personas

“La vida común no consiste precisamente en comer y vestir las hermanas de un solo fondo, sino en trabajar las hermanas de consuno y para la comunidad; y en comer y vestir honestamente todas las hermanas de los productos de ese trabajo, debiendo ser igual para todas las hermanas, sin excepción… Tanto importa la vida común para la conservación de éste [Instituto, Congregación], y con tal rigor debe observarse, que las hermanas no percibirán presente ni regalo sin hacer participantes de él a todas las demás” (Reg. Art. 1,3

Sentido de la pobreza

Jerónimo sitúa el sentido profundo de la pobreza voluntaria en el contexto de comunión fraterna y de libertad para el Seguimiento de la comunidad apostólica: no es mero despojo, es negación de la apropiación egoísta y afirmación del compartir los bienes recibidos del Señor: “…Así, pues, como queda dicho, todo sea común entre todas las hermanas. A nada llamen suyo, sino nuestro” (Reg. Art. 1,6).

La vida de comunidad alcanza una de sus manifestaciones más expresivas en la mesa común, referencia a la Eucaristía y al amor. Después de afirmarlo, y de rechazar los posibles particularismos, concluye: “Cumplan exactamente con esto las hermanas, y de seguro que no decaerá nunca la vida común” (Reg. Art. 1,10

La alegría

Tal vez sea la experiencia más profunda de los testigos de la Pascua. Jerónimo la llama santa y dice a las hermanas: “Os recomiendo una santa alegría: ésta acompaña siempre a las buenas conciencias, así como la tristeza es enemiga de todo lo bueno” (Reg. Art. 1,8). El tema aparece en diferentes momentos. En todo caso, a demás de la raíz de filiación pascual, la contrapone a su enemiga la tristeza; en este punto entronca con la tradición monástica que siempre vio en la tristeza uno de los enemigos del monje, porque va unida a la pereza, a la desgana del Seguimiento, la acedia. A la superiora de la comunidad piden las Reglas: “Procure que las hermanas vivan alegres y contentas” (Reg. Art. 1,14).

Rechazo de la murmura

Entre sí y con los extraños de la comunidad: “No sólo huyan cuanto puedan de contribuir a la murmuración, sino que excusarán en su corazón y con la boca a los pobrecitos maldicientes”. Se explica porque es la negación de una comunidad de Hermanas del Amor de Dios. Y, al mismo tiempo, la afirmación de la madurez y elegancia espiritual que Jerónimo quería para ellas.

El perdón

El tema nos lleva de la mano a otro gran reto evangélico, el perdón y el resentimiento. El mandamiento nuevo del Señor, y su oración al Padre por quienes le habían crucificado en el momento supremo de dar la vida, son la revelación más convincente de la misericordia y acogida. Al mismo tiempo, perdonar es hacer memoria del Cuerpo entregado por nosotros y de la Sangre de la Nueva Alianza, “derramada para el perdón de los pecados”. Eso explica que Jerónimo pida, con insistencia, entrañas de perdón a todas las hermanas, tomando la iniciativa: “Súfranse mutuamente sus defectos, y si ocurriese alguna desazón entre ellas, jamás se acostarán sin haberse reconciliado entre sí. La primera de ellas que buscará a la hermana para la reconciliación, será la más humilde y por consiguiente la más digna de aprecio en la presencia de Dios y de las gentes” (Reg. Art. 1,18).

La paz

La paz es el saludo del Resucitado a la comunidad de la Pascua, por tanto la afirmación de una vida fraterna que se construye sobre relaciones distintas a las del mundo y a las del maligno. Jerónimo conoce la distinta escala de valores e invita a las Hermanas del Amor de Dios a vivirlos personal y comunitariamente: “¿Deseáis, hermanas, conservar la paz entre vosotras? Sed muy humildes, y si hay unión y paz entre vosotras, estad seguras de que entre vosotras está Cristo, según él mismo lo ha prometido; de lo contrario, el diablo no estará lejos” (Reg. Art. 1,18).

Las hermanas enfermas

La comunidad alcanza su mayor expresión de amor en la atención a las enfermas. Jerónimo lo manifiesta con el lenguaje más escogido y fraterno para quienes viven consagradas al Amor: “Excusado es recordar el gran cuidado y esmero con que debe tratarse a las enfermas…, sean con ellas muy caritativas y celosas” (Reg. Art. 1,40).

La oración en comunidad

No es una dimensión más. Es el punto de encuentro de la comunidad de la Pascua, como recuerdan los Hechos de los Apóstoles de formas distintas. Y es, al mismo tiempo, la afirmación gozosa de que el Espíritu ora en nuestro interior al Padre. Para Jerónimo, la oración era el clima habitual de su existencia y así lo enseñó a las hermanas en una expresión feliz que todas recuerdan con gratitud: “Por lo general, recen mucho y hablen poco y les irá bien en lo temporal y eterno” (Reg. Art. 1,23). La oración en comunidad marca el día de las hermanas, como refleja el Manual y repiten varias veces las Reglas.

La vida de oración adquiere tonalidades distintas en cada momento: contemplación en la meditación diaria, eucaristía y comunión en la celebración, encuentro personal e íntimo en la Visita al Santísimo, presente en medio de la comunidad de Hermanas del Amor de Dios; alabanza a la Madre en el rosario y avemarías distribuidas durante la jornada, recuerdo del Amor de Cristo hasta la muerte y muerte de cruz, en el viacrucis…

La presencia en la eucaristía es la “fuente que mana y corre” en las comunidades del Amor de Dios. Además de la participación diaria en la celebración comunitaria, escribió en las Reglas: “Sean muy devotas del Santísimo y raro sea el día que no recen una estación” (Reg. Art. 1,38). Y también: “Antes de salir de casa avisarán a la superiora; enseguida irán a la capilla para pedir al Señor luces para desempeñar bien su cometido y gracia para edificar con sus palabras y con su modestia a las gentes. Y luego que lleguen de fuera, volverán a la capilla para dar gracias al Señor” (Reg. Art. 1,12). Son manifestaciones de la propia vida de Jerónimo que dejó en herencia a la Congregación.

Cuando las hermanas llegaron a Cuba, lo primero que Jerónimo pidió para ellas fue permiso para tener el Sacramento en la capilla. Decía al Obispo: “Estas religiosas sólo pueden vivir de la oración y frecuente comunión”.

El Pan partido y resucitado –celebración y reserva– en la comunidad del Amor de Dios es una llamada continua y un reto permanente a compartir y a dejarse iluminar por el Don de Dios; a hacerse don de fraternidad, alimento de Amor para quienes tienen hambre de amor en la vida…

Finalmente, para no alargar el tema, una nueva manifestación de la comunidad de vida y oración, es la importancia que el monje cisterciense da a la madre Superiora o Vicaria presidiendo “los actos de comunidad”, como signo de unión “y de que el acto no sufra la más mínima detención”.

 

María en la espiritualidad de Jerónimo y de las hermanas

 

La Madre del Señor está presente en muchos momentos de las Reglas, algunos los hemos recogido, especialmente cuando Jerónimo la presenta a las hermanas como imitación y alabanza. Imitación, porque María no se limitó a recibir la gracia en plenitud, sino que acogió la presencia del Espíritu en su vida, realizó el Seguimiento de Jesús desde el nacimiento a la cruz y Pentecostés.

El “sí” de María al misterio de la humanidad de Dios en su vida la hace, al mismo tiempo, solidaridad con todos los humanos y ternura de la misericordia entrañable en el camino de la vida. El “sí” de María es, también, afirmación de libertad total para abrir la propia existencia al misterio de Dios que revela su rostro invisible en Cristo y en todos los hermanos que encontramos en nuestro caminar.

La brevedad nos impide ampliar la visión que presenta Jerónimo en sus escritos marianos. María es, sobre todo, la Madre de Dios, la llena de gracia y la Madre que nos entregó Jesús. Un prodigio de la Trinidad que expresa de diferentes maneras, especialmente en la oración personal y en las que enseñaba al pueblo. Tienen la frescura y el toque emotivo de la escuela cisterciense:

“¡Oh dulcísima María, en cuyas virginales entrañas habitó el Verbo divino hecho hombre! Tú eres aquel sagrado templo en que la Santísima Trinidad depositó el tesoro de su grandeza y de sus misericordias, el poder del Padre, la sabiduría del Hijo y el amor del Espíritu Santo… En tus manos, Madre de misericordia, está nuestro remedio, repartid con nosotros el tesoro de vuestras gracias”.

A S. Bernardo piden diariamente las hermanas “dulzura y verdadero amor hacia la Santísima Virgen”, en una oración redactada por Jerónimo. Pero tal vez la más expresiva sea ésta que, en su sencillez, pide por intercesión de María, el espíritu de las bienaventuranzas y del mismo Cristo, manso y humilde de corazón: “Humilde María, alcánzanos la verdadera sencillez de corazón”.

 

Comunidad educativa

 

El carisma de las Hermanas del Amor de Dios es formar, educar, a las niñas/os y jóvenes “por Amor de Dios y para Dios”. Ahí realizan su santificación y servicio a la Iglesia y a la sociedad. Es, por tanto, un tema clave en la comunidad y en cada una de las hermanas. Las Reglas le dedican varios números y apartados, especialmente el De las hermanas profesoras. A la superiora, por ejemplo, pide que cuide a “hermanas y niñas, sin excepción de personas”. Igualmente, “cuide de que las niñas sean servidas las primeras en todo”.

La Exhortación Apostólica, sobre la vida consagrada, inserta el carisma de la Congregación en la misión de la Iglesia cuando afirma: “La Iglesia ha sido siempre consciente de que la educación es un elemento esencial de su misión... Toda la Iglesia está animada por el Espíritu y con Él lleva a cabo la acción educativa... Las personas consagradas, con este carisma, pueden dar vida a ambientes educativos impregnados del espíritu evangélico de libertad y de caridad, en los que se ayude a los jóvenes a crecer en humanidad bajo la guía del Espíritu. De este modo la comunidad educativa se convierte en experiencia de comunión y lugar de gracia, en la que el proyecto pedagógico contribuye a unir en una síntesis armónica lo divino y lo humano, evangelio y cultura, fe y vida” (VC 96).

Ya mencionamos la visita de Jerónimo a Inglaterra, Francia e Italia. En esos países procuró informarse de la pedagogía y organización más actual de la época –lo que explica las referencias del alcalde de Toro–, para aplicarlas en la nueva fundación y reflejarlas en sus Reglas. Un dato: aparte de las asignaturas comunes, y de las peculiares de la mujer de su tiempo, en Toro se enseñaba desde el primer día –cuando España era prácticamente analfabeta– francés, inglés e italiano, música, dibujo y gimnasia… Más adelante veremos el ideario del Colegio de Cádiz, segunda fundación.

El mimo de la formación se explica por las raíces culturales que Jerónimo cultivó en su hogar, en el Císter, en la Universidad, en la Sociedad Económica, en la reforma del Seminario de Santiago de Cuba… Pero, de manera especial, en el carisma del Espíritu que le ayudó a descubrir la necesidad y el valor de la formación cultural en la promoción integral de la persona. De ahí la vinculación carisma-misión que dejó como lema a la Congregación: El Amor de Dios hace sabios y santos… Personas preparadas para vivir, en plenitud, el Seguimiento de Jesús en la Iglesia, madre y maestra…